miércoles, 21 de septiembre de 2011

Patriotismo barato: el negocio de las multitudes


Por: Raúl Baelo
Librered -  Miércoles, septiembre 14, 2011

Se alzan banderas de odio y se custodian fronteras de animadversión. El resentimiento moral ante lo diferente y la hostilidad racial no son sino adherencias al patriotismo avinagrado.

A veces, el intento de sentirse integrado en un grupo cuanto más amplio mejor, juega una mala pasada a la moral y naturaleza humana. Con tales pretensiones, se provoca que dicha sociabilidad del hombre, entendida por un supuesto contrato social según Rousseau, desemboque en un trastorno psicológico conocido como mitomanía.

Este fenómeno convierte la realidad en mito, la patria en hogar, los ciudadanos de ésta en férreos aliados. ¿Quién es el enemigo de tan patológica percepción de la realidad?

Todo individuo no asociado a tan desatinado proyecto, tendrá que hacer frente a una multitud que carecerá de toda lógica. Sin querer hacer entender que el sentimiento de afinidad con la sociedad sea negativo, se antoja conveniente comprender con claridad que tan justificada emoción puede ser fácilmente manipulada, en el sentido más ruin que se pueda imaginar.

El patriotero, que no patriota, intentará anteponer el interés de unos pocos por encima del verdadero bien común, aunque tan vulnerado individuo no atenderá a razones. Por ello se produce el jingoísmo o cualquier tipo de imperialismo basado en el nacionalismo irracional, o más bien hipernacionalismo.

Volviendo en el anterior punto a una concepción relativa al chovinismo. Ante cualquier tipo de idiosincrasia posible, e intentando establecer un punto común fundamentado en intereses comunes se recurre a un pensamiento narcisista. De este patrioterismo nace la xenofobia, el racismo, el machismo y todo tipo de pensamiento egoísta e irracional a los ojos de una moral sana y humana.

Carece de sentido cualquier mención a Darwin refiriéndose a dichas conductas sin atender a razones sociales, y a una falseada ética civil. No hay duda que cualquier conducta patriótica que desemboque en acción violenta por parte de la multitud, es sinónimo de una ignorancia previamente acordada. No por ellos, sino por intereses de los “patriotas”, entendiendo estos como compañeros de patria que sacan algún provecho.

La propaganda patriótica, habitualmente utilizada por déspotas y tiranos en regímenes totalitarios, es el instrumento de concienciación utilizado para justificar actuaciones deleznables por parte de los gobernantes en cuestión.

Justifican con retórica y engaños cualquier genocidio, y se lavan las manos con la virtud de su nación frente a las demás. Carece de todo sentido poner nombre a tales actuaciones, pues es sencilla la asociación. Todo vínculo afectivo, cultural o histórico del pueblo será utilizado en algún momento para el interés personal de unos pocos. Eso que Samuel Johnson califico como “el último refugio de los cobardes” es la sociedad civil, y en ella se alberga mencionado patriotismo.

El único patriotismo que atiende a la razón es el meramente sentimental, sin contrapunto social de ningún tipo. El carácter altruista y sus correspondientes acciones deben ser fruto del conocimiento y la mayor racionalidad existente, no del adoctrinamiento irracional que en ocasiones debe lavar su imagen.

Los ciudadanos del mundo sólo serán verdaderamente libres cuando el internacionalismo no sea una ideología o una postura política, sino una realidad. Mientras los sentimientos sean sólo un juego para los que nos manejan, no existirá la dignidad.

Hasta que cualquier tipo de discriminación por nacionalidad, religión o color de piel desaparezca, no debemos tan siquiera mencionar la palabra igualdad. Cerrad los ojos, y dejad que cualquier noción territorial decida vuestros límites.

Gritamos alterados por nuestra patria, sin saber que cada jadeo de patriotismo llena bolsillos. Sin entender que cada sonido patriótico es complicidad con la barbarie. Nuestra bandera está manchada de sangre iraquí, de sangre palestina, de sangre saharauí y un sinfín de muertes patrocinadas por nuestra ignorancia y conformismo.

Sigamos creyendo que nuestro país es superior a todos los demás, pues debemos ser el ombligo del mundo. Pero no es culpa de la moral de los ciudadanos, sino de la educación que desde niños nos inculcan. Y es que el tiempo ha recordado a un inspirado José Bergamin, que seguramente inspirado por su maestro Unamuno, recordó al mundo que detrás de todo gran patriota existe un gran comerciante.

Somos algo más allá de españoles, vascos, gallegos o catalanes. Somos ciudadanos del mundo. Y la conciencia social dicta que actuemos como tales.

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